La aviación mexicana enfrenta un punto crítico, de hecho, una amenaza de sanciones del Departamento de Transporte (DOT) de los EE. UU., que podría hundir aún más a una industria que lleva años volando entre turbulencias regulatorias, decisiones improvisadas y una política pública sin brújula.
Con todo, ayer, el gobierno de México logró una prórroga de un mes para negociar con su contraparte estadounidense, pero más allá del plazo, lo que está en juego es la industria nacional, y un país que sigue jugando con su infraestructura como si fuera un experimento a medio hacer.
La raíz del conflicto: la imposición unilateral del gobierno mexicano de trasladar toda la carga aérea del AICM al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), ejecutada por decreto presidencial en 2023, violó el Acuerdo Bilateral de Transporte Aéreo firmado por las cámaras de senadores en 2015.
El castigo de Washington no se ha hecho esperar más: ya hay limitaciones a los vuelos mexicanos, nuevas exigencias para vuelos chárter y una posible cancelación de la inmunidad antimonopolio entre Delta y Aeroméxico.
“El expresidente Andrés Manuel López Obrador ignoró peticiones reiteradas de su gobierno, durante 2023”, recordó Sean Duffy, titular del DOT.
Esa sordera política no fue gratuita, porque hoy México arriesga la operación de sus aerolíneas, la competitividad del sector y un ecosistema económico que moviliza 40 millones de pasajeros al año entre ambos países.
Despegar sin pista
El error no fue solo de forma, sino de fondo, tras una reubicación de aerolíneas forzada al AIFA que representó un golpe logístico y económico que aún no muestra beneficios palpables.
Cada aerolínea invirtió al menos 20 millones de dólares en el traslado de operaciones, personal, equipos y sistemas, con la promesa de descongestionar el AICM.
Pero la saturación persiste, y el AIFA, pese a sus modernas pero minúsculas instalaciones, sigue desconectado de los grandes flujos de pasajeros y carga.
“Las inversiones que se están realizando, en el Benito Juárez y en el AIFA, tienen muchas cuestiones aún por atender en materia de infraestructura”, señaló Fernando Gómez, analista aeronáutico.
No se trata solo de terminales modernas, sino de accesos viales, conectividad terrestre y frecuencia de vuelos, y nada de eso se ha resuelto, mientras las aerolíneas mexicanas operan en desventaja frente a sus competidoras estadounidenses.
Según Gómez, “esta situación de aplicar las sanciones, sólo dará ventaja a las aerolíneas estadounidenses, puesto que son las únicas que podrán incrementar rutas y vuelos desde y hacia los EE. UU.”.
El castigo, pues, no será solo político, será también económico, con un impacto estimado de seis meses a dos años para las empresas nacionales, dijo.
Sanción al modelo mexicano
El conflicto con los EE. UU. es más que una pugna diplomática, porque es el resultado de una visión vertical que sustituyó el diálogo técnico por un decreto autoritario.
“Esperamos que ambas partes entablen un diálogo directo entre gobiernos para buscar soluciones equilibradas y constructivas para todos los implicados”, dijo Peter Cerdá, vicepresidente regional de IATA para las Américas.
La Cámara Nacional de Aerotransportes (Canaero) fue aún más clara: las restricciones pueden “impactar la conectividad, el comercio y la competitividad aérea”.
Pero este escenario no debería sorprendernos, dado el modelo de gestión aeroportuaria de los últimos años, que ha estado marcado por decisiones ideológicas, no estratégicas.
El cierre del nuevo aeropuerto de Texcoco, la apertura acelerada del AIFA, y la política de saturar o desaturar terminales sin planificación técnica, son solo síntomas de un problema más profundo: el desdén por el rigor técnico en la administración pública.
Ahora que el DOT exige a México presentar horarios con antelación, solicitar permisos adicionales y enfrentar un mayor escrutinio, el país se ve obligado a corregir en semanas lo que se deterioró en años.
Lo que debió resolverse en mesas técnicas se intenta remendar en mesas de urgencia diplomática, coincidieron los expertos.
Llamado a dos voces
Mientras la industria aérea mexicana, que representa el 3 % del PIB y emplea a 60 mil personas, se tambalea ante la incertidumbre, las autoridades mexicanas aseguran que hay voluntad de encontrar soluciones.
Claudia Sheinbaum declaró que “se escucharán las peticiones y una serie de puntos muy particulares de la contraparte estadounidense, y se está viendo si son atendibles”.
Pero las señales de confianza y la falta de empatía parecen prevalecer en el gobierno.
La falta de institucionalidad no se resuelve con buenas intenciones.
Hace falta rehacer las bases del entendimiento bilateral y dejar atrás la política de imposición unilateral. La solicitud de una prórroga por parte de Delta y Aeroméxico para preservar su alianza es solo un respiro temporal.
La tormenta sigue ahí
Mientras tanto, las aerolíneas de carga como UPS, FedEx, DHL, Qatar Airways y Air France Cargo operan ya en el AIFA, adaptadas a la nueva geografía aérea del país, pero esa adaptación no garantiza eficiencia ni competitividad y menos seguridad, de acuerdo con los expertos.
Se trata de un mercado de carga que alcanza las 600 mil toneladas de mercancías cada año.
Si bien el sector privado está cómodo, intenta sobrevivir a políticas públicas erráticas que no son las mejores, como se puede comprobar tras salir del polígono del AIFA.
Conectividad en riesgo
Si no se alcanza un acuerdo, los costos se verán reflejados no solo en los cielos mexicanos, sino en las rutas comerciales, el turismo y la movilidad entre dos economías profundamente integradas.
Lo que está en juego no es solo la capacidad de volar, sino la capacidad de entenderse y planear a largo plazo.
De hecho, lo dijo Enrique Beltranena, director de Volaris: “seguimos confiando en que ambos gobiernos llegarán a un acuerdo lógico y mutuamente benéfico”.
Pero la lógica, en México, ha sido la primera víctima de una aviación convertida en bandera ideológica.
En tiempos donde la conectividad define la competitividad de un país, México no puede darse el lujo de volar a ciegas, mucho menos de estrellarse por una decisión mal aterrizada.
Por Edna Herrera / Síguenos en Facebook, X y LinkedIn