| Por Sergio García* |
Estos difíciles momentos que se están viviendo alrededor de todo el mundo, deben ser transformados en un enorme aprendizaje para la humanidad. El acelerado desarrollo de nuestras sociedades a partir de la Revolución Industrial de finales del siglo XIX y nuestro paso por dos guerras mundiales, complementado por los fenómenos de la Globalización y la Revolución Tecnológica del siglo XXI, han sido entre otros factores, grandes eventos impulsores de la creatividad, la innovación, la productividad y, sobre todo, de la competencia por los mercados.
Sin embargo, en los últimos 250 años la modernización nos ha traído como consecuencia la degradación del medio ambiente -que, dicho sea de paso, inició con la presencia del hombre sobre el planeta-, situación que se ha venido agudizando desde la invención del vapor con la emisión de gases tóxicos producto de la combustión del carbón o la leña, utilizados para generarlo. En efecto, desde 1769 con la primera máquina de vapor que revolucionó al transporte marítimo y ferroviario y a los medios de producción, se inició la afectación acelerada de la atmósfera planetaria.
A ello, siguió la invención y la rápida expansión de la tecnología eléctrica, que la convirtió en la columna vertebral -junto con los hidrocarburos derivados del petróleo-, de la sociedad industrial moderna. Surgieron después los automóviles y los aviones, cuyas flotas han crecido desmesuradamente desde la primera década del siglo XX, invadiendo los espacios aéreos, carreteros y urbanos.
El crecimiento industrial, la construcción de puertos, vías ferroviarias, carreteras y viviendas, ha transformado sustancialmente la superficie mundial, afectando a la flora y a la fauna, aunado a la desaparición de distintas especies. La desenfrenada explotación de los recursos naturales, nos ubican hoy día en una preocupante realidad. Las reservas forestales y de agua dulce del planeta cada vez son más escasas y en los mares se incrementa cotidianamente su contaminación, con los desechos vertidos en ellos. El aire de nuestras grandes metrópolis está cada vez más enrarecido y las enfermedades de las vías respiratorias son frecuentes entre la población.
Adicionalmente, los alimentos procesados con altos contenidos de azúcares, grasas y sodio, que ingerimos y la falta de ejercicio, nos han convertido en su mayoría, en una población obesa y enferma. Esto se ha agravado con el consumo sin moderación de las bebidas alcohólicas, el tabaco y las distintas drogas ilícitas. A ello se suma una de las afecciones más extendidas en todo el mundo: el stress, producto de nuestra acelerada forma de vida, agravada con el intenso tránsito citadino de vehículos, que, en promedio, nos resta de 2 a 4 horas diarias de nuestro tiempo disponible.
La fragilidad de la salud mundial se evidencia hoy con la aparición del ya famoso COVID 19, virus de dimensiones microscópicas, pero que ha venido a modificar las relaciones de todo tipo sobre el planeta. Su dispersión mundial, paradójicamente, ha sido producto de nuestra propia globalización, con un libre comercio y flujo de personas y bienes, que no conoce límites ni fronteras.
En ese sentido, la “evolución” de la logística, disciplina surgida de los ejércitos, ha transformado la competencia por los mercados a través de los medios de transporte, la infraestructura de conectividad y el impresionante desarrollo de la tecnología. Sin embargo, este mismo fenómeno nos ha deshumanizado y obligado a fuertes desplazamientos de la población económicamente activa, desde sus hogares a oficinas, escuelas, el campo, fábricas y almacenes, así como a largas jornadas laborales diarias y pocas horas de descanso, en una frenética competencia que, entre otros aspectos sociales indeseables, ha desintegrado a nuestras familias.
Ahora que estamos todos resguardados en nuestros hogares, ante la amenaza de contraer el virus por transmisión de humano a humano, hemos podido observar cielos limpios, atmósferas transparentes y una casi nula circulación de vehículos en las calles. La fauna nativa ha vuelto a aparecer en espacios metropolitanos y en los cuerpos acuáticos en sitios como Venecia, donde hace muchísimos años que no se veía un delfín. Los seres humanos nos hemos visto obligados a convivir nuevamente en familia y a valorar nuestro medio ambiente, los viajes de esparcimiento, los espectáculos públicos y todos los satisfactores que disfrutábamos antes de la pandemia.
De muchas maneras, esto nos ha hecho conscientes de que este desafío y nuestras decisiones, así como las soluciones a los retos tanto de salud, como emocionales, laborales, académicos y económicos sólo pueden encontrarse en equipo, en conjunto, tomando en cuenta al otro, desde la empatía y la solidaridad. Hoy, más que nunca, la responsabilidad civil, social y el sentido de comunidad, paradójicamente, adquieren un significado especial, en un momento en el que hemos descubierto que hay una proximidad que va más allá del distanciamiento espacial.
En ese entorno adverso y gracias a los avances de la tecnología y las comunicaciones personales, hemos podido trabajar y estudiar, en el mejor de los casos, desde nuestras casas y a mantenernos informados sobre la situación, además de intercambiar mensajes, teleconferencias y llamadas telefónicas para acercarnos a nuestros seres queridos y amigos, así como conocer las medidas preventivas que debemos adoptar.
Resulta inevitable que esta pandemia con sus indeseables efectos en las relaciones sociales, productivas y comerciales, desemboque en una profunda crisis económica mundial cuando este flagelo logre superarse. Como en toda crisis -de las que algunos hemos sobrevivido en este país-, surgen nuevas enseñanzas, se manifiesta nuestra capacidad de resiliencia y se valora más a amigos y familiares, pero, sobre todo, se toma conciencia de un nuevo comienzo, con mayores fortalezas y con un ánimo renovado.
En ese sentido, estimados lectores, hoy quiero compartirles una visión sobre lo que podríamos hacer, una vez superada la emergencia, a fin de alcanzar nuestros sueños de vida, comprometidos con el futuro del planeta y con las nuevas generaciones:
Primero que nada, los gobiernos deben asumir el reto de lograr una mejor existencia de sus gobernados, privilegiando la planeación estratégica y el ejercicio ético del presupuesto. Buscando que los recursos que les confía la sociedad, sean mejor aprovechados para el crecimiento económico, la expansión de servicios como el transporte público, la salud, la vivienda, las pensiones de retiro y el esparcimiento de calidad, sin olvidar la cultura, la educación cívica y vial, con la ineludible garantía de la seguridad pública para el desarrollo armónico de la sociedad.
Por el lado de las empresas, se debe aprovechar esta experiencia para adoptar sistemas mixtos laborales tanto presenciales como de trabajo a distancia, a fin de propiciar una mejor convivencia familiar y una mayor productividad de los recursos humanos. Con la abierta disposición de sacrificar utilidades para incrementar el ingreso de sus colaboradores, que al final, con la mejora de la capacidad de compra, vendrán a beneficiar al mercado y al consumo. De nada servirá en el futuro acumular riquezas corporativas desproporcionadas, que como vimos, pueden desaparecer de un plumazo sin ningún beneficio para los inversionistas, ni para la sociedad en su conjunto.
Las personas por su parte, como colaboradoras de las entidades productivas y como profesores y alumnos de las distintas instituciones educativas, debemos asumir nuestro compromiso de aportar el mejor esfuerzo para el engrandecimiento propio, de nuestras organizaciones y del país en su conjunto, evitando el dispendio de recursos y del tiempo disponible, a fin de superar rápidamente las vicisitudes económicas globales.
Finalmente, las prácticas logísticas, deben ser más colaborativas en todos los sectores, olvidando la feroz competencia de las cadenas de suministro por los mercados y pensar más en la aportación de valor y en el cuidado crítico del medio ambiente, para lograr el objetivo superior de la supervivencia del género humano. Ejemplo de ello, son el compartir y racionalizar el uso de todos los modos de transporte de carga y los esquemas de distribución urbana de productos, que al final, concurren a los mismos mercados, y que pueden apoyarse en el concepto de Plataformas Logísticas, para que cada modo de transporte sea fiel a su vocación y alcance su mejor eficiencia en capacidad y en el uso de los combustibles. Otra práctica deseable sería la de compartir rutas y vehículos privados para incrementar su ocupación y disminuir con ello, el tránsito citadino y la contaminación del ambiente.
Se trata de generar una visión más humana y de beneficios colectivos de todos los actores políticos, sociales y productivos, en aras de salvar a la especie humana de su propia extinción.
*VP Logística y Multimodalidad
Sistemas Inteligentes de Transporte
ITS México