| Esteban D. Rodríguez |
En una democracia, la crítica al poder es un valor. En los regímenes autoritarios, la crítica al poder, y en especial al líder, es perseguida. Los pasos iniciales de Obrador como presidente electo marcan la índole que tendrá su gobierno, y en su estilo no parece haber cabida para tolerancia a la crítica.
En las primeras horas de su victoria dijo que no era sería un dictador, pero no tardó mucho en aflorar su vena autoritaria. Esa conducta surgió de manera más clara tras la denuncia presentada por el INE sobre las operaciones irregulares del fideicomiso “Por los demás”, que organizó su partido extralegalmente supuestamente para dotar de recursos a damificados del sismo del 19 de septiembre de 2017.
Extralegal, porque la legislación electoral impide a los partidos repartir dádivas, como lo asentó la autoridad cuando las organizaciones políticas manifestaron su deseo de donar recursos económicos para los damnificados. Lo más probable es que la generosidad de los partidos, tanto del PRI como Morena o MC, no era altruismo puro. Obviamente querían dar una imagen positiva ante sus potenciales electores.
El INE ordenó por eso que, de persistir en su empeño, los partidos debían regresar los recursos a Hacienda, y ésta dependencia los canalizaría. Así lo hicieron, salvo Morena, que se empeñó en defender la creación del fideicomiso que tenía concebido, el cual acabó presentando diversas irregularidades: carrusel de depositantes en efectivo; depositantes con salario nominal de 10 mil pesos que hicieron uno o más depósitos de 50 mil; representantes populares con militancia morenista que alimentaron dicha cuenta bancaria; retiros por parte de miembros del mismos partido. Incluso, el fideicomiso comparte dirección con el comité nacional de Morena.
El destino específico de los retiros efectuados también en efectivo del fideicomiso morenista también es desconocido. El INE determinó una multa de 192 mil millones de pesos a Morena por la creación de esa infraestructura financiera extralegal.
Morena, hacia un partido de Estado
Obrador descalificó al INE: “Es una vil venganza”. Después decretó que su fideicomiso estaba limpio.
Tratándose de un presidente electo que ganó con un porcentaje tan elevado de votos, y que obtuvo un control holgado de la Cámaras, no requeriría de haber respondido siquiera. Su intervención, han criticado incluso algunos de los suyos, potenció la visibilidad del caso y demeritó su estatura, de modo que fue un error.
Pero se equivocan. No fue ningún error. La reacción de Obrador confirma que al asumir la presidencia no dejara la jefatura de Morena. Será jefe de estado y jefe de partido, por un lado. Y por otro, que bajo su gobierno no habrá margen para el disentimiento.
De modo que, tomando en cuenta las medidas que reconcentraran el poder presidencial, como los gobernadores paralelos que investirá bajo el nombre de coordinadores estatales, su pretensión de violar la separación de poderes al pretender someter a la Suprema Corte de Justicia de la Nación a sus criterios salariales, sus patadas al INE; podría afirmarse que estamos a las puertas de la restauración de las dos piezas que formaban el viejo régimen: presidencialismo fuerte y partido de Estado.
Democracia desvirtuada
Pero la reacción del mandatario electo tuvo otra implicación, igual de relevante. Sus seguidores arremetieron contra periodistas y críticos de redes sociales que cuestionaron la legalidad y probidad las operaciones financieras del fideicomiso.
Ya son bastante lamentables el acoso y los insultos contra ciudadanos que en las redes virtuales expresan posiciones divergentes de la posición de los obradoristas.
Sin embargo, son más graves y peligrosos aun los que se ensañan contra periodistas que se muestran críticos ante el poder, más aún frente al de un presidente electo. La crítica al poder es un papel central de los medios y de los periodistas. Cuestionar las posturas y acciones del poder, ocupe quien ocupe el cargo, es en gran medida su razón de existir, y de hecho la principal, de la prensa. La crítica y el contraste son su obligación.
Acosar a los medios y a los periodistas por ejercer ese poder muestra un peligroso deseo de unanimidad.
Mucho antes de la existencia de las redes sociales, el ascenso de líderes autoritarios ha sido acompañado del acoso organizado de grupos de choque integrantes o afines del grupo ascendente, contra líderes políticos, artistas e intelectuales.
Los primeros inquilinos de las mazmorras de Bautzen no fueron judíos, durante el Tercer Reich alemán, sino políticos opositores y periodistas.
El proceso siempre es el mismo. Primero se estigmatiza a los críticos como enemigos de la patria, porque en su camino de ascenso, el líder identifica su figura con una predestinación histórica: en la esa idea de trascendencia, el líder y la patria son la misma cosa.
Con esa noción como guía, la identificación del destino y la patria con el líder, los seguidores de éste cobran las ofensas. Comienzan con los insultos, y el acoso. Después vienen las humillaciones públicas, ya al cabo los golpes y asesinatos de los adversarios. En el punto final, la crítica y el contraste son criminalizados.
El propio Obrador dijo que no es un dictador. Nadie quiere que lo sea. Pero, si no vas para Acapulco, ¿por qué tomarías la Autopista del Sol?<
(Esteban David Rodríguez, Twitter: @estedavid)