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 Esta semana es definitiva para la Asociación Mexicana de Infraestructura Portuaria (AMIP), donde este jueves 11 de abril, habrá elecciones de Mesa Directiva y, desde luego, para nombrar al presidente que liderará el organismo durante el período 2024-2027. Más

La tecnología atraviesa cada uno de los aspectos de la vida moderna de los seres humanos socialmente integrados.

No importa si trabajamos en el campo, si dictamos clase en una escuela, si conducimos un taxi o si somos empleados de un supermercado. Igualmente, sea para informarnos, para comunicarnos, para socializar o para pagar impuestos, todos en algún momento entregamos y recibimos información en la red de redes.

De ahí, hay quienes afirman que transitamos la quinta revolución industrial y sostienen que el empoderamiento humano que deja las tareas repetitivas a los robots, la robotización colaborativa, la rapidez y calidad o la manufacturación personalizada son algunas de sus características. Sin embargo, basta con preguntarse si hay detrás de las características mencionadas una nueva tecnología disruptiva o simplemente una versión particular de las disrupciones de la cuarta revolución industrial (robotización, digitalización e incorporación de la inteligencia artificial a la investigación, los procesos y los productos).

En mi opinión, sin nueva tecnología disruptiva, no hay una revolución “nueva” y estoy convencido de que la quinta revolución industrial tiene dos prospectos serios que van mucho más allá: La interfase cerebro internet por una parte y la computación cuántica por la otra.

La primera se producirá cuando la humanidad solucione el problema fundamental de la interfase cerebro-internet: la velocidad de carga de la información.

Hoy, nuestra red de cerebros humanos se comunica con internet con un conjunto de canales multimediales enormes que permiten la “descarga” e interpretación de grandes volúmenes de información, principalmente a través de la vista y el oído. Sin embargo, el flujo de información desde el cerebro hasta la internet, se realiza aún con una velocidad paupérrima: la del teclado del computador, de ambos pulgares en la pantalla del celular, o por el texto hablado (speech recognition).

La quinta revolución industrial puede que llegue entonces, cuando se haya solucionado la interfase cerebro máquina. Cuando (sea por implantación de dispositivos, o por tecnologías de conectividad externa como los cascos, microelectrodos, o dispositivos “vestibles” (wearables) logremos hacer requerimientos, consultas y comandos a la web.

Basta imaginar a todas las personas capaces de acceder a internet con el pensamiento, para ver una disrupción que lo cambiará todo, incluso el trabajo a tal punto, que la historia acordará acuñarla como la quinta revolución industrial.

Lo mismo ocurre con la computación cuántica. Hoy aún hay procesos en las ciencias de los datos y de la inteligencia artificial que encuentran la limitación en el poder de procesamiento de los computadores digitales. La enorme potencia de los cluster de cálculo se comporta sin embargo como limitación tecnológica a la hora de resolver problemas en tiempo real.

 La computación cuántica, por otra parte, logra capacidades de procesamiento que son superiores en orden de magnitud a la que se lograría si fuera posible integrar la suma completa de todos los microprocesadores actuales del planeta.

La computación cuántica, unida a la inteligencia artificial es entonces la segunda disrupción que aparece en el horizonte como prospectiva de la quinta revolución industrial.

No sabemos a ciencia cierta aún qué tecnología disruptiva será vista en el futuro como la que hizo nacer una nueva revolución industrial. Hoy, se presentan como emergentes la computación cuántica y la interfase cerebro-internet. Quizás sea otra que aún no se asoma en el horizonte. Lo que sí sabemos es que lo que estamos viviendo son simples consecuencias tecnológicas de la cuarta revolución industrial que se muestra en distintas versiones y mejoras, todas surgidas de la misma disrupción que la sustenta.

Por: José Luis Córica, PhD.

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